Sí, lo sé, hace mucho tiempo que no
os cuento nada. Mi vida aquí en la biblioteca ha seguido por los mismos
derroteros. He conocido a lectoras y lectores nuevos, algo de agradecer. Pero ahora
luzco unas marcas en mi lomo (heridas de guerra las llamo yo). Un cachorro de
perro quiso afilarse los dientes conmigo, menos mal que su dueña me rescató a
tiempo y no pasó de arañazos superficiales. Aunque esté mal que yo lo diga, algunos
libros me han asegurado que hasta me sientan muy bien.
El problema está en que ahora, cada
vez que oigo el carrito del expurgo, tengo que hacer un esfuerzo terrible para
que el miedo no convierta a mis letras en un charco de tinta bajo mi pie. Esas
marcas me señalan para ser el candidato perfecto para acabar en el maldito
carro.
Imaginaos, en el momento en que
oigo sus ruedas algo chirriantes, contengo la respiración, aprieto las hojas
hasta el máximo y recito todo el abecedario del derecho y del revés hasta que
el carro pasa de largo. Solo vuelvo a soltar el aire cuando ha pasado de mi
sección y se aleja pasillo adelante, asustando con su presencia a mis
compañeros.
Tengo que decir que en esos
momentos los libros de la sección de terror no me hacen ningún favor. Les da
por contarme historias tan truculentas que me hacen temblar hasta casi
convertirme en un libro deshojado. Hasta les ha dado por hacer un ruido
parecido a la banda sonora de películas como Tiburón o Psicosis. ¡Son
malvados, creedme! Mi única satisfacción es que no salen prestados tantas veces
como los románticos. Quizá por eso no están tan estropeados y no tienen miedo al
expurgo como nosotros.
En fin, por esta vez me he librado.
Así que aquí estoy, esperando a que vengas a buscarme y me lleves a tu casa.
¡Por favor, no tardes mucho!